Ahora me impongo a mí mismo carreras de orientación. No ya con la urgencia de tener que aprobar exámenes, sino por el placer de correr por el bosque y buscar en él balizas invisibles, coordenadas que no son más que una imposición abstracta, matemática, que le ponemos nosotros al mundo. Para tenerlo controlado. Así con todo. Así hacemos con todo. Pero no me voy a poner filosófico, porque lo que mola es correr por la hierba, cuesta arriba y abajo, saltar arroyos, mirar el mapa, calcular tiempo y distancia, sacar los rumbos, establecer la equivalencia entre el mapa y la realidad, entre la representación y la realidad. Y empaparse las zapatillas y la piel del agua que está ahora por todas partes. La nieve del invierno se llevó este año a 4 compañeros y ahora está aquí, bajo nuestras suelas, en nuestra piel, inofensiva y sin memoria.